Hace unos días mientras retomaba la escritura experimenté algo relativamente nuevo para mí y, digo relativamente ya que con la poesía me ocurría con mucha frecuencia, al menos en formas en las que yo era el único afectado, a lo que me refiero es que ya había visualizado una escena en donde Alexander (el personaje central de la novela) recorría un callejón pobremente iluminado pero silencioso el cual le permitía alejarse del bullicio de la típica celebración mexicana que dejaba a sus espaldas, esta escena brindaba la oportunidad de mostrar un personaje que a pesar de su mediana edad recordaba aún las técnicas de combate que había aprendido durante la guerra y, que a pesar de la persecución en la que se encontraban los de su clase el sentido del deber le llamaba.
La escena que se dibujó en mis pensamientos era sencilla, con un leve matiz oscuro, pero sencilla al fin y al cabo, Alexander percibe al final de una calle oscura a una señora que es atacada por dos jóvenes y que éstos están intentando arrebatarle sus pertenencias, corro con él tal y como había imaginado en los ejercicios mentales previos a la escritura y de repente uno de los ladrones toma la bolsa de la señora y pasa corriendo cerca de nosotros, sin pensarlo le tomamos del brazo izquierdo, brazo en el que llevaba la bolsa robada, el joven al verse incapaz de escapar y atrapado por un brazo “mecánico” nos ataca con un cuchillo directamente a la cara, rápidamente nos cubrimos la cara con la mano derecha y ésta es herida, lo que hace que soltemos al ladrón que ya había liberado la bolsa, al retirar con sumo dolor el arma de la mano y viendo que era más importante la seguridad de la señora que atrapar a los ladrones decidimos ir en su ayuda.
Cuando giramos para ir a socorrerla el segundo ladrón ya se había acercado a nosotros y, propinando un fuerte golpe en la cara de Alexander caemos desmayados en aquella calle oscura retirada del ruido de la celebración de aquel día. Como ya se habrán imaginado, la escena no estaba prevista de esta forma, sino más bien utilizaríamos los recursos disponibles para inutilizar a los jóvenes ladrones revelando nuestra identidad y, al quedar expuesto comenzaría la persecución que nos obligaría a escapar, sin embargo, ahora estamos allí, tendidos en el frío piso de noviembre, en una calle oscura a merced de una señora desconocida que creo tiene intenciones ocultas y que todo el robo era una mentira para atraparnos.
Realmente no salió como pensaba y me di cuenta de algo importante a mi parecer, soy solamente el mensajero, el títere que narra ya sin rumbo una novela que escribí en mis pensamientos y de la cual ya no tengo el control sobre el destino de Alexander, él ahora tiene vida propia y ya no puedo defenderlo, está sólo a partir de ese momento.
Imagen tomada de Aquel lugar llamado mundo
Comments are closed